Ni contigo ni sin ti, es la frase más repetida en mi cabeza los últimos ... días? semanas?.

Cuando siento la indiferencia, el olvido, pienso que algo mucho más importante está en su cabeza y eso me calma y me ayuda a no pensar, a no sentirme mal.

La exclusividad no debería de existir, sobre todo, cuando hablamos de sentimientos.


El calor, ese que es capaz de lo peor y de lo mejor. Y lo digo con conocimiento de causa. La locura se acentúa, los impulsos se vuelven incontrolables, la paciencia desaparece y la gente está más irritable. Pero existe su parte buena, la playa, los baños que se suceden uno tras otro, la cervecita fresca, las conversaciones debajo de un árbol, a la fresca… El calor también hace mella en mí, pero no suele alterarme demasiado, creo que soy medio africana.

Bueno, pues en el estado de no alteración en el que me encontraba ayer, tranquilamente sentada en una terraza, observé escenas contrapuestas de las consecuencias de este tórrido calor. Desde el hombre que golpea el cristal de un taxi reclamándole al taxista quién sabe qué (observé la escena en la lejanía y sólo pude ver la acción, las palabras no me llegaron), hasta la mujer pasada de vueltas que se orina encima y comienza a soltar improperios a todo aquel que osa cruzarse en su camino.

El contrapunto, lo bueno que nos dan estas noches sureñas, son las calles llenas, la libertad de interactuar con el calor de la forma que más nos plazca. Con un cajón, una guitarra y buen ánimo, dos calles más arriba había quien le encontraba regusto a las noches de verano. Parecía que me había tele transportado al sur de la península, que por otra parte no hubiese estado nada mal. Quiero jugar a la brisca...  

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